viernes, 12 de marzo de 2010

Crisálida

Estaba mirando un documental sobre mariposas y no pude evitar verme reflejada en ellas, y ojo, que no estoy hablando de la belleza que algunos de estos insectos tienen, porque básicamente son insectos, que si no tuvieran esas hermosas alas serían, realmente, horribles.
Me sentí reflejadas porque como ellas también he salido de una crisálida, muy fea, muy dura, pero que por suerte quedó pegada en alguna de las ramas del árbol de mi vida.
Casi cuatro años duró mi feo capullo, cuatro años en los que, no lo voy a negar, me pasaron cosas buenas pero, al mismo tiempo, seguía enganchada en cosas, con personas, con situaciones que afeaban más el exterior de mi crisálida. Este año, con esa magia que tiene todo lo que se refiere a la naturaleza, pude salir del capullo, pude resurgir y volver a ser o, directamente, ser de nuevo.
No saben lo bien que se siente romper con las costras feas y extender un par de lindas alas al viento...

miércoles, 10 de febrero de 2010

Profesores de Literatura

Es extraño pensar cómo, a lo largo de mi vida, ha cambiado mi opinión sobre los profesores de literatura.
En el secundario pensaba que no servían mucho para nada. Quienes han estudiado conmigo pueden recordar que en cinco años si habremos leído 7 libros es mucho. Para empezar, en primer año tuve una profesora que, calculo que cuando era muy joven no habría sido mala todo lo contrario, pero nosotros la agarramos cansada, cerca de la jubilación. La única anécdota que recuerdo de ella es de un día que no sé por qué terminó hablando de una casa impresionante a la que había ido y que en el baño tenía un estilo de cúpula sobre el inodoro, en fin, recuerdos, no?
En segundo año, nunca voy a poder olvidarme de él, el estereotipo de todo profesor de literatura, es decir, gay. Él, más que nada, daba gramática, por lo tanto, lo suyo eran los verbos, la sintaxis, esas cosas que yo detestaba, pero de libros ni hablar.
En tercero, seguimos con el mismo y, por suerte, nos tocó leer un poco, sí, poco pero bastante bueno, entre los autores estaba Lorca, el resto... en fin.
En cuarto año nos tocó literatura española, "El cantar del Mio Cid", tal vez podríamos haberlo leído con más detenimiento, igual que "El quijote", pero bueno, la profesora tenía demasiados problemas con sus alumnos para detenerse en esas nimiedades.
La profesora de quinto, esa sí que fue un caso de pasión literaria, era tan buena que para que nosotros no tuvieramos que hacer esfuerzos innecesarios nos leía. Escuchamos cuentos increíbles que no pudimos analizar demasiado, pero bueno, son detalles...
En fin, después de este grupo selecto de literatos, a mi se me ocurrió estudiar Letras y convertirme con el tiempo en profesora de literatura.
Y lo raro es que cuando escucho a mis amigas/os hablando de lo inspiradores que fueron sus profesores de secundario, me sorprendo, como ellas/os, por haberme decidido por esta carrera, y lo más increíble es que no hubiera podido estudiar otra cosa... Raro, no?
Por eso, a lo largo de mi vida ha cambiado mucho mi opinión sobre los profesores de literatura, pasaron de ser unos tipos a los que no les encontraba un sentido real de existencia a ser colegas. Las vueltas de la vida.

martes, 26 de enero de 2010

El viaje (primera parte)

Esto es una mezcla de un sueño y de algo que me pasó de verdad una tarde primavera, pero con el correr del tiempo no puedo identificar qué es sueño y qué realidad:
Había descubierto que sobre el cielo de mi casa pasaba una ruta aérea, no sólo de aviones sino de toda especie voladora. De Sur a Norte de Este a Oeste, podría decir que el punto de cruce obligatorio se encontraba justo sobre mi techo.
¿Cuántas golondrinas habían pasado sobre mi cabeza este año? ¿Y gorriones? ¿Y mirlos? ¿Y cuántos insectos? Miles, millones ¿Y palomas? No, esas no. Las palomas tenían sobre mi techo su base de operaciones. Sí, desde allí partían hacia otros rumbos y era allí donde volvían, porque siempre regresaban.
Mientras observaba el continuo vaivén de las palomas algo llamó mi atención. Una nube se iba acercando hacia donde me encontraba. No podía distinguirla con exactitud, tal vez era naranja, tal vez marrón, no podía saberlo con certeza, hasta que la tuve más cerca y pude advertir que se trataba de millones de mariposas que venían hacia mí, que me rozaban, me acariciaban, me perfumaban. En ese instante sólo cerré los ojos y me dejé volar.
Una brisa maravillosa recorría todo mi cuerpo, una sensación de inmensa plenitud que era como volver a sentir ese beso que me había dejado temblando, ese sol que bronceaba mi ser por fuera y por dentro, como esperar teniendo la esperanza de que no sería en vano. Era, simplemente, sentir la vida en ese batir de millares de pequeñas alas.
Por momentos abría los ojos y podía distinguir a la gente pequeñita, casi imperceptible, a los altos edificios como cajitas de fósforos, como naipes formando castillos. Las nubes, lejos de impedirnos el paso, como suaves cortinas nos develaban un cielo perpetuo. Volvía a cerrar los ojos y me dejaba conducir por aquellas dulces cosquillas.
Tenía la sensación de que el viaje había sido corto, aunque sabía que la distancia recorrida había sido vasta, “pero como siempre – pensé – lo que da placer y llena el alma dura poco.”
Cuando mis suaves guías me dejaron en una superficie sólida, no me quedó más que ver dónde me habían llevado y, realmente, no lo podía creer.
El lugar era hermoso pero de lo más extraño que había visto. Lleno de colores, de mucha luz, mucha vida, mucho todo. Lo superlativo a la orden del día.
Deambulaban por allí una gran variedad de seres, algunos en aptitudes contemplativas, otros en grupos. Por todos lados había personas asombrosas.
En un sector, no muy alejado de donde me encontraba, vi a unos niños de colores que jugaban juntos. Era como ver al Arco Iris en movimiento. Había niños amarillos, azules, violetas, verdes, naranjas, turquesas, rojos y, para mi desconcierto, había un niño negro. Me acerqué al grupo y ellos me recibieron con grandes sonrisas invitándome a jugar, pero yo no podía dejar de mirar al niño negro, que al verme absorta en esa contemplación, se me acercó y con una voz muy dulce me dijo:
- ¿te extraña que sea todo de color negro?
- Sí, ¿por qué no tenés color como los demás? – los otros niños me miraron y comenzaron a reír, entonces él contestó:
- No creas sólo lo que tus ojos ven en la superficie. Mirame bien, no es que no tenga color, sino que soy, simplemente, la conjunción de todos los colores del universo, los conocidos y los por conocer.
Entonces giró su cuerpo de tal forma que la luz del lugar lo iluminó y, pude ver que lo que decía era cierto. Quedé pasmada ya que era como ver el cosmos en ese ser tan pequeño y tan tierno.
- Bien – me dijo un niño naranja volviéndome a la realidad – ahora debés seguir, si viniste acá es porque tenés que aprender...
- Pero – interrumpió una niña violeta – no vayas a olvidarnos.
- Nunca – respondí y seguí mi camino guardando por siempre el recuerdo de ese Arco Iris.
Casi por inercia me acerqué a un grupo donde, sentados en círculo, hablaban unos ancianos. Me hubiera gustado decir que se trataba de una conversación pero no, sólo hablaban, respetando el turno de cada uno, sin emitir opinión de lo que los demás decían, sólo aplaudiendo cuando se anunciaba el fin de los discursos.
Al verme, con un leve movimiento de cabeza, los ancianos me indicaron que era bienvenida para escuchar lo que allí se decía, sólo para escuchar. Entonces me senté en silencio y me dispuse a oír.
- “Bien – continuó uno de los ancianos – lo absurdo es algo común, más si uno va por la calle leyendo carteles o inscripciones en granito, lo que hay que hacer es escaparse, sí, hay que escaparse de la ciudad, pero ¿a dónde? ¿al campo? ¿a otra ciudad? No, ni lo uno ni lo otro. ¡Ven! Es otro absurdo. Como eso que me contaron de un tipo que una vez tuvo la brillante idea de hacer una sociedad secreta, que nunca concretó porque no tuvo con quién asociarse ¡Sociedades secretas! ¡bah! Eso hay que dejarlo para las películas de mafiosos o para esos libros de rufianes y marginados que vivieron en los años ’40 en esta ciudad, que, también por esa época, debería estar llena de cosas absurdas. Pero bueno, eso es todo lo que tengo que decir por hoy.”
Luego de un breve aplauso, del que, por supuesto, participé, otro de los ancianos se aclaró la garganta, miró a sus compañeros de ronda, miró hacia atrás, como esas personas que se sienten perseguidas y, en un tono muy bajo, como temiendo ser oído, comenzó a hablar.
- “Las personas que habitan en los cuadros siempre son diferentes a aquellas personas que les dieron vida, igual que en los reflejos de los charcos o de los ríos, o de los lagos o de las lagunas, donde al moverse el agua el ser que se refleja ya no es el mismo, sino otro distinto en su deformidad, pero no por eso horrendo, tan sólo diferente y eso asusta.
¿Qué sucedería si alguna vez alguien sale de un cuadro o de un reflejo? No lo sé. Tal vez vería todo extraño, tal vez no ¿cómo puedo saberlo? Quedar atrapado entre dos realidades debe ser algo incomprensible. Todavía puede verse gente discutiendo con su reflejo, como si ese otro yo pudiera dar alguna respuesta, como si el reflejo fuera lo real. No lo sé, no lo sé…”
Quedé un tanto sorprendida, parecía asustado y me dio tanta pena que estaba a punto de ponerme a llorar, cuando uno de los hombres que, parecía haber hablado ya, me dijo:
- Tranquila jovencita, siempre le gustó hacer aspavientos, no se ponga mal que acá somos todos unos charlatanes. Cálmese y escuche el último monólogo.
Entonces, luego de un breve aplauso, el último de los ancianos comenzó a hablar.
- “Es una constante ¿Se dieron cuenta? Los aviones siempre van hacia el Este, ante este fenómeno me pregunto ¿Qué pasó con la conquista del Oeste, y con la conquista del Desierto, con la conquista en sí? La respuesta, señores, es simple: ya se conquistó todo y, como un enamorado al que se le pasa el idilio y el deseo, la emoción se fue con ellos. Ahora hay que reconquistar lo que se ha dejado en el pasado, entonces, hay que ir al Este.
Quedaran para siempre en la historia las caravanas de carretas hacia las cordilleras, las filas de sudorosos y agotados soldados hacia el Sur, los temerosos indígenas hacia todas partes, acorralados en los más agrestes parajes. La civilización y la barbarie pero… ¿cuál es cuál? ¿quién es quién?
La línea divisoria siempre ha sido muy débil y no tiene por qué ser diferente ahora.
Por lo menos ahora se sabe dónde se va y se puede decir sin que nadie pida pruebas. No como antes, que por unos barcos y protección pedían certezas de que al oeste no se acababa el Mundo. ¡Pobres ilusos! El Mundo comenzaba al Oeste y ahora, parece que comienza en dirección contraria. ¿Por qué? Negligencia tal vez, falta de visión, haber mentido desde el principio, quién sabe. Pero esta parte del Mundo es lo más parecido que hay al Paraíso y, lo más similar al Infierno. Así que, dejémosle a ellos el Purgatorio, siempre lo han tenido ya que son ellos los que deciden.
Los aviones siguen yendo hacia el Este, pero tranquilos… ya volverán…”
Sin poder seguir escuchando más me levanté del círculo y decidí seguir recorriendo el lugar. No sabía si en realidad era un grupo de charlatanes o de delirantes, o era que sabían demasiadas cosas y las expresaban como podían.
Y mientras en mi mente daban vueltas esas ideas, me atrajo la visión de hombres y mujeres delante de espejos discutiendo con sus reflejos, y recordé lo que había dicho aquel temeroso anciano y tuve la sensación de que entre tanta charlatanería existía alguna verdad.

martes, 19 de enero de 2010

Viste cuando...

Viste cuando tenés la certeza de que las cosas van a ser cómo lo pensás? Bueno, eso me está pasando justamente en este momento.
Hace mucho que no me pasaba tan fuerte como ahora y, puedo decir sin temor a equivocarme que la única vez que me pasó, la única vez que tuve la certeza que una sensación era la correcta, todo salió como lo esperaba.
Desde ese momento decidí creer en mi instinto. Bueno, sabés que a veces no le hago caso, porque, bueno, viste cuando querés estar equivocada, cuando querés que las sensaciones no sean ciertas, cuando te querés creer la mentira, bueno... y, sí, después me doy la cabeza contra la pared, y me pregunto por qué no me hice caso y, claro, yo sé por qué.
Pero, en fin, ahora le estoy prestando atención a mi instinto, y tengo la certeza que algo va a pasar, algo donde estás presente (aunque no conozca tu cara, ni tu nombre, o si los conozca pero no quiera que vos los conozcas, para no alertarte...).
En fin, solo reflexiono, porque viste cuando tenés algo que decir y no podés... bueno, casi casi es lo que me andaba pasando...

lunes, 7 de diciembre de 2009

Sueño Nº2

Resulta que este sueño que cuento (bueno, que lo conté hace muchos años pero que quedó) es casi la continuación del otro (publicado más abajo). Tienen un pequeño punto de contacto. Y sigo pensando que, aunque no lo parece, ya no comparto las impresiones y las reflexiones del sueño, lo que había perdido estaba bien perdido, lo malo fueron mis intentos de retenerlo:
Estoy parada en el pasillo de una casa. Las paredes del pasillo están pintadas de celeste lo que le da al lugar una luminosidad especial. En el fondo se divisan puertas que llevan a distintas habitaciones de la casa. Me asomo a una. Está vacía. Es el cuarto de un joven y lo primero que miro es una biblioteca donde hay una colección de libros de tapas celestes y dibujos en blanco y amarillo. No distingo ni forma exacta ni palabra legible.
En ese momento una persona, creo que el joven que habita en ese cuarto, aparece detrás de mí. Su aparición es extraña. Tiene un papel como de celofán en una de sus manos, papel que se había quitado en el momento de aparecer, papel con el que están recubiertos los libros de la biblioteca. No dice nada, sólo se va.
Su cara parece mostrar hostilidad, no lo sé, algo le pasa y ese algo no le gusta.
Salgo del cuarto y lo sigo. Lo veo desaparecer al ponerse el papel como si fuera una película protectora. Desaparece cuando lo desea.
Vuelvo a su cuarto y busco los libros celestes. Inexplicablemente habían cambiado de tamaño y sólo uno ha quedado de tamaño normal.
Lo retiro del estante y le quito el papel celofán que lo recubre. Lo abro y comienzo a leer su contenido. Al principio no entiendo las letras, pues son borrosas como los dibujos, pero en mi esfuerzo por entender lo que dice todo se va aclarando de a poco.
Habla de la transmutación del alma, pero es distinto a lo que había escuchado antes, no se trata del paso del alma a otro mundo, no se trata de la muerte. Dice que el alma cambia, muta y que al estar divida en tres y, al ser estas tres partes iguales en importancia, una de ellas es la que guía a las otras dos. Una de ellas tiene la luz suficiente como para guiarlas. Pero si una de esas partes se pierde, inevitablemente, las otras dos serán arrastradas hacia ella.
También habla sobre la posibilidad de que el alma recubra al cuerpo produciendo así la invisibilidad. Algunos lo desean y lo controlan y otros no. Pueden estar rodeados de personas y no ser vistos, no ser tenidos en cuenta, no consiguen controlar nada y terminan perdiéndose, es decir, perdiendo el alma en su conjunto.
Sólo una de las figuras tiene la capacidad de guiar, pero no sólo esa figura tiene la capacidad de atraer a las otras dos.

sábado, 28 de noviembre de 2009

...

Y a veces me pongo a mirar tu foto... Qué hubiera pasado si hubiéramos hecho las cosas de otro modo?
Qué hubiera pasado si nos hubiéramos visto más? Si no te hubieras ido? Si hubieras querido saber más de mí?
Claro que no sos el mismo, que este vos al que escribo son muchos vos; que tenés diferentes colores de ojos y el pelo... bueno, el pelo es casi siempre igual, un poco mas peinado un poco menos.
En momentos así, en los que miro tu foto y pienso, me acuerdo de tus abrazos y tengo una pequeña sensación de bienestar; me acuerdo de ese encuentro inesperado, de tu amplia sonrisa, de tus ojos sonrientes y siento que hubiera sido lindo...
Te confieso que ambos (todos tus vos y yo) tenemos la culpa, pero yo conozco solo mi parte y por eso pido perdón, porque si no hubiera tenido tanto miedo a que me pasaran cosas, hoy la cosa sería distinta, pero lo tuve así que ahora ya no queda nada por hacer... o si?

domingo, 11 de octubre de 2009

Detalles...

Hace unos días me di cuenta que cuando hay algo que me llama la atención no puedo dejar de mirarlo y, es más, hasta he llegado a usarlo como ejemplo de alguna actividad.
La semana pasada estaba dándole clases a una alemana que fue toda la semana en sandalias al instituto, gracias a lo que pude advertir que tenía los pies más feos que había visto en mi vida. Eran execivamente grandes, las proporciones de los pies no tenían relación con las de las piernas, eran grises, tenían grietas y el dedo medio era mucho más largo que el dedo gordo que, además, era medio deforme...
Obviamente, no pude dejar de mirarlos durante los cuatro días que la tuve como estudiante y, como era de imaginarse, los usé de ejemplo cuando hablamos de las partes del cuerpo.